viernes, 22 de abril de 2016

PALMIRA "CIUDAD DE DIOS" 

En medio de un infinito desierto aparecía un oasis que invitaba a descansar a los viajeros. Era la ciudad de Palmira, situada a 215 kilómetros de Damasco, y a la misma distancia entre el Mediterráneo y el Eúfrates, este enclave sació la sed de su tierra gracias a fuentes subterráneas, convirtiéndose en un oasis y en punto de encuentro de comerciantes cuyas caravanas transitaban desde el Mediterráneo a la ciudad de Emesa (la actual Homs).

Gracias al comercio -estaba situada en la Ruta de la Seda-, a sus múltiples influencias culturales, árabe, helenística, persa, romana, Palmira se convirtió en uno de los más importantes estados de la Península Arábiga durante la Antigüedad. Palmira fue arrasada en el 273.



Amenazada por la guerra y el yihadismo


Palmira, una ciudad siria de importancia histórica y simbólica, declara patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1980, fue invadida por los yihadistas del Estado Islámico en el mes de agosto. Antes de salir de la ciudad, el Ejército sirio había evacuado a la mayoría de sus habitantes y había salvaguardado varios objetos históricos del Museo Central de Palmira.
A finales de agosto, los terroristas decapitaron a uno de los principales arqueólogos de la antigua ciudad siria y volaron el antiguo templo de Baalshamin, dios semítico de las tormentas, las lluvias y la fertilidad, construido en el año 17 d.C. El templo de Bel, de 2.000 años de antigüedad, era considerado una de las reliquias antiguas más importantes del mundo antes de que terroristas del Estado Islámico demolieran el monumento con explosivos y profanaran tumbas únicas.

La directora general de la Unesco, Irina Bokova, ha señalado que el Estado Islámico está cometiendo en Siria e Irak la destrucción de sitios históricos "más brutal y sistemática" desde la Segunda Guerra Mundial.

Es evidente que las autoridades internacionales deben de actuar para evitar esta sangría cultural, que está suponiendo la pérdida de un riquísimo patrimonio histórico. A día de hoy, parece ser que para los grandes organismos internacionales la destrucción del Patrimonio de la Humanidad no supone un problema de gran relevancia y se limitan a realizar declaraciones afirmando que son hechos intolerables y que no se pueden permitir, en lugar de ejercer un papel más activo y tomar medidas más drásticas.


 

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